¡Adios, mirlo, adios!



A toro pasado, lo fácil, quiero dar mi parecer sobre el Brexit. Como cuestión previa tengo que reconocer que mi opinión sobre el británico, como colectivo o agrupamiento –¿hooligans?– no es muy entusiasta.

Sea por su auto jactancia histórica –bien de aquello plausiblemente realizado, como de aquello más que censurable–, su creerse por encima de todo y todos, su continuo mirar por encima del hombro al resto de Europa, son algunas de las razones para ello. Sin embargo en lo directo y personal, tengo amigos británicos con los que la relación es más que satisfactoria.

Y tengo que reconocer que veo razones para su malestar con la pertenencia “a esta Europa” en manos de castas políticas –también las hay fuera de España, no nos engañemos– que para nada representan la idea fundacional, la segunda, de esa Europa, (le primera, la Europa del Carbón y el Acero, fue valida como punto de partida) la Europa de los pueblos, o la Europa de los Ciudadanos, que desde que se permitió dar por perdidos los correspondientes referéndums, por parte de esas castas europeas, se entregó en manos de las grandes empresariales y financieras.

Resultado, ese parlamento europeo no nos representa, entre otras cosas, de poco valdría, porque quién decide es la famosa Comisión, a la que nadie hemos votados. Burócratas, con un inexplicable poderío auto apropiado, aprovechando que nos hemos estancado en la pútrida fase de la Europa de las taifas. Y de eso, sabemos mucho en España.

Por eso, aunque me duele el Brexit, podría ser el punto de partida hacia esa Europa de los Ciudadanos que tanto necesitamos y por la que tendremos que luchar. Donde elijamos al que esté obligado por ley, a representarnos o a abandonar su puesto. ¿Que eso implica una mayor dedicación a explicar a sus representados todos y cada uno de sus votos? Eso es lo que, tan suculentamente, se les paga; que se lo ganen.




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